tomado de:
el nacional.com
Cómo llegar. Querepare queda bien lejos y ese hecho protege las tortugas. Hay que atravesar todo el oriente del país hasta
Carúpano, Río Caribe, luego
San Juan de las Galdonas y por ahí siguen en camino de tierra hasta esa playa salvaje y ese pueblito generoso
La sensibilización de una comunidad.
Hedelvy Guada entendió que había proteger las tortugas que llegaban a desovar en las playas de Querepare, así que desde 1991, la asociación civil
Centro de Investigación y Conservación de las Tortugas Marinas se ocupa de preservar las especies que anidan por aquí. También se dieron cuenta Hedelvy y su equipo que la única forma de ayudar a estos animales lentos e indefensos es contar con los pobladores, casi todos pescadores sensibles y generosos, pero acostumbrados a consumir los huevos y la carne de las tortugas como una tradición ancestral.
Fue en 1988 cuando Fudena hizo los primeros recorridos por esta costa de Paria e instaló un campamento en Cipara.
En 1991 llegaron a
Querepare, notaron el potencial y Hedelvy conoció a Evelio, un pescador maravilloso, hoy convertido en el gran aliado de la causa protectora. "Quería acabar con la matanza de las tortugas. No se trata de documentar cuántas y dónde están. Eso es importante, pero para que se salven hay que convencer a la gente.
Esa es la clave: que las hagan suyas. Que se las apropien.
Si eso se logra hay una cierta garantía".
La voz de Evelio se escucha convincente y poderosa. Es un líder. "Las tortugas generaron un cambio en Querepare". Y se nota. El pueblo está orgulloso de su actitud conservacionista. Espera a la visita para mostrarle las bondades de su playa, tan especial y natural que hasta las esos animales la escogieron como lugar para tener sus descendientes.
Muy emocionante. Mi única hija, Arianna, (fotógrafa de esta páginas) y yo las vimos cuando ponían sus huevos en Querepare. Arianna volvió hace poco y vio salir a los tortuguillos.
Son enormes estas tortugas,y lentas, bellas, serenas. Salen despacio del mar, por lo general en la noche. Buscan un sitio y empiezan a abrir un agujero profundo con sus patas traseras. Cuando está listo, emiten un sonido gutural, como un llanto, entran en una especie de trance y empiezan a poner sus huevos, entre 90 y 120.
Ese momento es aprovechado por sus guardianes para colocar una bolsa negra en la que caigan los huevos. Luego los llevan a los nidos para protegerlos de los depredadores.
Están cercados y vigilados.
La tortuga, que ignora lo que ocurre, se ocupa de tapar bien su nido. Riega la arena para despistar.
Imagínense que a veces hace hasta dos nidos para engañar, y sólo pone huevos en uno. A los dos meses salen cientos de tortuguillos de la arena rumbo al mar. En ese momento también acuden sus protectores a ayudarlos.
Ellas siempre regresan a sus nidos. No entiendo cómo lo hacen. Las marcan para saber de sus travesías. Han llegado al otro lado del mundo e igual vuelven adonde nacieron. Se los cuento para que se conmuevan, se sensibilicen y no se les ocurra, jamás, molestarlas o ponerse a curucutear los nidos. Vamos a dejarlas que vivan libres, dichosas y lentas por los mares del mundo.
Se ocupan de la visita. Si bien la playa es la maternidad de las tortugas ellas están dispuestas a compartirla con la visita. No les gustan los escandalosos de reguetón, tampoco quienes dejan basura, y muchísimo menos los que perturban sus nidos o atrapan las crías cuando salen apuraditas a probar el mar.
Para los sensibles existe
la bodega La Bendición de Dios, donde Ismary Subero de Coba hace comida por encargo, que pueden consumir en el patio de su casa o las llevan en bandejitas. El menú: pescado frito con arepas. Evelio Cedeño, además, ofrece paseos a
Santa Isabel de la Costa a cualquier otra playa cercana. El precio siempre será más solidario si lo hacen en grupo. En Santa Isabel hay una cascada monumental si caminan como una hora río arriba, y Cucha tiene posada y prepara un pescado frito atómico. No entiendo cómo lo hace, pero ha sido de los mejores que he probado en esta costa exuberante de
Paria.
Mauricio Urbano utiliza sus habilidades artesanales para hacer tortuguitas de madera, collares, pulseras y tobilleras. Las pueden encargar en la bodega. Son delicadísimas y preciosas.
Teresa Morín es la encargada de las cabañitas que ven en la foto. Están frente al mar, son básicas, con un bañito y dos camas, un pedacito de piso afuera que hace las veces de terraza y donde se puede guindar un chinchorro.
Hay que llamar para reservar y deben hacerlo a partir de las 6:00 pm y hasta las 9:00 pm.
Cuestan 150 bolívares. Es una ricura amanecer aquí, abrir la puerta, conseguir esa cantidad de kilómetros de mar y convivir armónicamente con las tortugas.