Cómo llegar. Toman la Autopista Regional del Centro hasta Barinas la capital y desde ahí agarran la vía Torumos-San Silvestre. A mano derecha verán la entrada al hato El Cristero en el Km. 28.
Un llamado divino. En 1994, cuando hicimos el primer viaje de Bitácora a los llanos, visitamos un hato en Apure que ya no existe. Nos levantamos a las 4:00 de la mañana, tomamos un carro, luego una curiara y caminamos como 2 horas, los últimos 20 minutos con el agua en la cintura, para observar un garcero en invierno. Miles de aves empollaban a sus crías, todas despelucadas, ansiosas por volar y temerosas de caer a la laguna. No sé si entienden que las pirañas devorarán su incipiente vida tan pronto como toquen el agua.
Pero la naturaleza es sabia.
Cuando cesan las lluvias, las lagunas se secan, muchos caribes quedan en tierra y las garzas se los comen sin el menor remordimiento. Fue mi primera visión de un espectáculo de naturaleza tan contundente y real. Jamás lo olvidé. Me acerqué con mucha lentitud para no perturbarlas. Sentía que me dejaban participar de un acto íntimo. Es como cuando le damos pecho a nuestros hijos o los arrullamos en el mecedor.
Es nuestro instante maternal.
Y estas garzas nos permitieron compartirlo. Desde ese día admiro los garceros. Me subyuga esa disposición de miles de garzas acudiendo a unos árboles como si se tratara de un llamado divino. Nunca me han sabido explicar las razones de seleccionar esos árboles y no otros. Hay condiciones. Agua, vegetación, alimento cerca. Pero igual asombra. Salen junto al sol a buscar alimento y regresan con la puesta de sol a alimentar a sus crías. Vienen de todas las direcciones y se van posando en las ramas hasta convertir esos árboles en un pinito de navidad con adornos blancos, negros y rojos. Hay que estar ahí alguna vez en la vida.
Se los cuento porque estuvimos en agosto en el hato El Cristero. Hace dos años se formó en esta finca el garcero más grande y nutrido del llano barinés. Son miles de garzas en dos lagunas. Para verlo completo debes encaramarte en una lanchita y remar despacio por la laguna. Desde la orilla sólo observas una parte.
Lo mejor es que llegas en carro a pocos metros, colocas una sillita y te sientas a esperar esta película de la naturaleza. Este regalo divino. La familia Concha está orgullosísima. Cuidan su garcero con mucho esmero.
No permiten que se arme alboroto, Protegen la privacidad de sus aves con verdadera pasión.
Los entiendo. Es un tesoro. Un regalo de la naturaleza.
El hato de los Concha. Llaneros de Barinas desde todas las generaciones. Hoy están aquí Humberto papá, Humberto hijo y Humberto nieto, todos compartiendo nombre y pasión por la tierra. Aquí viven y aquí reciben a la visita para compartir hectáreas de refugio de fauna, extraordinarios bosques de teca derechita y sana, ganado feliz y bien alimentado, animalitos en el zoológico de contacto y caballos llaneros para salir de paseo. Un oso palmero herido llegó a sus manos, lo curaron y ahora camina tranquilo por los jardines. Un cunaguaro maltratado está en su jaula grandota. Gallinas y pavos reales, patos y morrocoyes saludan a los niñitos para que sepan que los animales existen más allá de las fotos o las películas de Animal Planet.
Algunos chigüires se lanzan en las lagunas. Las aves vuelan libres y sin temor entre los árboles. En las mañanas hay paseos para ver fauna, en la tarde también y al mediodía hay baños en un chorro de un montón de pulgadas para aliviar el agobio citadino. Quienes quieran participar del ordeño avisan y los llevan. Pueden hacer queso si es el antojo. Y si toca faena llanera de herraje o arreo, es posible participar. Lo que quiere la familia Concha es que la visita salga de El Cristrero amando ese llano tanto como ellos.
La posada hato El Cristero. Cuando se convirtieron en posada y resolvieron sumarse al Circuito de la Excelencia como fundadores, se afanaron en crear unas instalaciones acordes con esa naturaleza tan generosa y rica. Las habitaciones son amplias, cómodas, bellas, con aire acondicionado y baños muy amplios, un corredor grandote enfrente para sentarse a ver para allá. La piscina en la mitad del jardín es preciosa, con cascadita sabrosa y unos baños excelentes. La hora de las comidas es un verdadero homenaje a la gastronomía llanera. Tienen una señora en la cocina desde el inicio de los tiempos cuya sazón es una gloria nacional. Sus granos son perfectos, el picadillo llanero es famoso, amo sus arepas tostaditas, el perico, las caraotas refritas y la carne mechada.
Nata y quesos hechos en la finca. La familia se sienta con los huéspedes, Bueno... no todos.
Sólo Humberto hijo y su nueva esposa. Los padres siempre están ahí, pero ya han comido. Conversan y departen, encantadores y sencillos. Es un encuentro muy familiar que me fascina. Pude ver en una ocasión el orgullo de padre y abuelo cuando la nueva generación estuvo domando un potro. Lo crían llanero desde que nace. Ahora anda en moto de cuatro ruedas, pero igualito monta caballo y se luce.
Cuando no son tantos los hatos que nos quedan para conocer el llano, El Cristero se merece todas las estrellas.
Un llamado divino. En 1994, cuando hicimos el primer viaje de Bitácora a los llanos, visitamos un hato en Apure que ya no existe. Nos levantamos a las 4:00 de la mañana, tomamos un carro, luego una curiara y caminamos como 2 horas, los últimos 20 minutos con el agua en la cintura, para observar un garcero en invierno. Miles de aves empollaban a sus crías, todas despelucadas, ansiosas por volar y temerosas de caer a la laguna. No sé si entienden que las pirañas devorarán su incipiente vida tan pronto como toquen el agua.
Pero la naturaleza es sabia.
Cuando cesan las lluvias, las lagunas se secan, muchos caribes quedan en tierra y las garzas se los comen sin el menor remordimiento. Fue mi primera visión de un espectáculo de naturaleza tan contundente y real. Jamás lo olvidé. Me acerqué con mucha lentitud para no perturbarlas. Sentía que me dejaban participar de un acto íntimo. Es como cuando le damos pecho a nuestros hijos o los arrullamos en el mecedor.
Es nuestro instante maternal.
Y estas garzas nos permitieron compartirlo. Desde ese día admiro los garceros. Me subyuga esa disposición de miles de garzas acudiendo a unos árboles como si se tratara de un llamado divino. Nunca me han sabido explicar las razones de seleccionar esos árboles y no otros. Hay condiciones. Agua, vegetación, alimento cerca. Pero igual asombra. Salen junto al sol a buscar alimento y regresan con la puesta de sol a alimentar a sus crías. Vienen de todas las direcciones y se van posando en las ramas hasta convertir esos árboles en un pinito de navidad con adornos blancos, negros y rojos. Hay que estar ahí alguna vez en la vida.
Se los cuento porque estuvimos en agosto en el hato El Cristero. Hace dos años se formó en esta finca el garcero más grande y nutrido del llano barinés. Son miles de garzas en dos lagunas. Para verlo completo debes encaramarte en una lanchita y remar despacio por la laguna. Desde la orilla sólo observas una parte.
Lo mejor es que llegas en carro a pocos metros, colocas una sillita y te sientas a esperar esta película de la naturaleza. Este regalo divino. La familia Concha está orgullosísima. Cuidan su garcero con mucho esmero.
No permiten que se arme alboroto, Protegen la privacidad de sus aves con verdadera pasión.
Los entiendo. Es un tesoro. Un regalo de la naturaleza.
El hato de los Concha. Llaneros de Barinas desde todas las generaciones. Hoy están aquí Humberto papá, Humberto hijo y Humberto nieto, todos compartiendo nombre y pasión por la tierra. Aquí viven y aquí reciben a la visita para compartir hectáreas de refugio de fauna, extraordinarios bosques de teca derechita y sana, ganado feliz y bien alimentado, animalitos en el zoológico de contacto y caballos llaneros para salir de paseo. Un oso palmero herido llegó a sus manos, lo curaron y ahora camina tranquilo por los jardines. Un cunaguaro maltratado está en su jaula grandota. Gallinas y pavos reales, patos y morrocoyes saludan a los niñitos para que sepan que los animales existen más allá de las fotos o las películas de Animal Planet.
Algunos chigüires se lanzan en las lagunas. Las aves vuelan libres y sin temor entre los árboles. En las mañanas hay paseos para ver fauna, en la tarde también y al mediodía hay baños en un chorro de un montón de pulgadas para aliviar el agobio citadino. Quienes quieran participar del ordeño avisan y los llevan. Pueden hacer queso si es el antojo. Y si toca faena llanera de herraje o arreo, es posible participar. Lo que quiere la familia Concha es que la visita salga de El Cristrero amando ese llano tanto como ellos.
La posada hato El Cristero. Cuando se convirtieron en posada y resolvieron sumarse al Circuito de la Excelencia como fundadores, se afanaron en crear unas instalaciones acordes con esa naturaleza tan generosa y rica. Las habitaciones son amplias, cómodas, bellas, con aire acondicionado y baños muy amplios, un corredor grandote enfrente para sentarse a ver para allá. La piscina en la mitad del jardín es preciosa, con cascadita sabrosa y unos baños excelentes. La hora de las comidas es un verdadero homenaje a la gastronomía llanera. Tienen una señora en la cocina desde el inicio de los tiempos cuya sazón es una gloria nacional. Sus granos son perfectos, el picadillo llanero es famoso, amo sus arepas tostaditas, el perico, las caraotas refritas y la carne mechada.
Nata y quesos hechos en la finca. La familia se sienta con los huéspedes, Bueno... no todos.
Sólo Humberto hijo y su nueva esposa. Los padres siempre están ahí, pero ya han comido. Conversan y departen, encantadores y sencillos. Es un encuentro muy familiar que me fascina. Pude ver en una ocasión el orgullo de padre y abuelo cuando la nueva generación estuvo domando un potro. Lo crían llanero desde que nace. Ahora anda en moto de cuatro ruedas, pero igualito monta caballo y se luce.
Cuando no son tantos los hatos que nos quedan para conocer el llano, El Cristero se merece todas las estrellas.

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